Es argentina pero hace varios años que vive en el sur del país bávaro y es empleada en una tienda de lo que se conoce como Wet Landen, una especie de red que opera con los conceptos de comercio justo. Visitó Paraná para conocer in situ la experiencia de la Ruta 12/127 que recientemente estuvo de gira por ese país europeo.
Tiene 49 años y hace 12 que vive en Bagna, un pueblito pequeño y pintoresco del sur de Alemania. Luego de ingresar como voluntaria a una especie de red denominada Wet Landen, una tienda que funciona bajo los preceptos del comercio justo la contrató, y desde allí profundizó su militancia en la temática que viene creciendo con gran ímpetu en el mundo. Algunas semanas atrás, un grupo de unos 15 técnicos, funcionarios e impulsores de la Red Comercial Ruta 12/127 viajaron desde Entre Ríos a realizar un intercambio y conocieron el negocio en que trabaja desde hace ya varios años. De allí que Marta García aprovechó un viaje personal que debía realizar a la Argentina y visitó Entre Ríos, con la expectativa de conocer cómo se trabaja aquí y vincularse para ver si puede incrementar el comercio para Europa bajo esta plataforma con los productores locales. Según explicó a EL DIARIO, se trabaja con un esquema donde se importan productos realizados por cooperativas, comunidades y grupos solidarios de trabajo de los países emergentes y en Europa se comercializa con particularidades propias de esta metodología.
– ¿Cómo funciona el concepto de comercio justo en Europa?
– Se lo grafico con un ejemplo. Existen algunos pueblitos chiquitos de África que fabrican canastos. Si los hacen para sus propias mujeres lo hacen sin manija porque lo manejan con la cabeza, pero si lo quieren hacer para venderlo a las mujeres alemanas le hacen con manija porque las usan para comprar en el mercado, y necesitan que sean de cómodo traslado. Como generalmente viene pesado con la compra, necesito que esa manija esté cubierta de cuero. Eso es lo que hacen los importadores. ¿Qué es lo que necesito para vender?; y en base a ello le ayudo a los productores de distintos lugares del mundo a entrar a estos mercados. Es importante que el producto contenga la tradición, los valores, la cultura de cada lugar, pero que se pueda ubicar en Europa.
– ¿Qué tipo de productos funciona en esta red del mercado europeo?
– Es variadísimo. Hay una amplia gama de productos comestibles. Excelentes café, té de diferentes tipos. Lo que se trata es que en su gran mayoría el producto sea totalmente ecológico. No siempre pueden tener todos los sellos que se necesitan en Alemania, pero en su gran mayoría tratamos que sean en su totalidad ecológico.
– ¿Existe también una oferta de servicios?
– No, básicamente se trabaja con productos palpables y maleables. Tenemos comestibles, hay productos frescos, trabajos artesanales en cuero. Se trata de pequeñas cooperativas que trabajan en grupos y tiene una historia muy larga. En Alemania, nada más, la mayoría de las tiendas están cumpliendo los 35 años, y están teniendo una evolución fantástica. Al principio, cuentan siempre los pioneros que el café era intomable. Pero la gente lo compraba por convicción hacia el comercio justo y sentía la necesidad de apoyar la iniciativa. Hoy mantiene la filosofía pero el café ha evolucionado y es muy bueno. Ellos llaman “el sur” y por eso apoyan lo que viene del sur.
– ¿A usted le permite vivir en Alemania siendo empleada de un negocio de comercio justo?
– No nado en dinero. No es un sueldo como el que tendría en un negocio normal, pero yo también quiero apoyar al sur y si yo exigiera un salario más alto los costos de funcionamiento del comercio se irían muy arriba y se desfasa la ecuación.
VALORES. – Cuando se refiere a que no les interesa la renta ¿debo inferir que los productos son al menos 20 o 30 % más baratos?
– No. Los productos del comercio justo suelen ser más caros. Pero no por lo que aplicamos nosotros de aumentos, porque tratamos de no aplicar los mismos criterios que un comercio convencional en cuanto al doble o triple del costo en algunos casos, no sé bien cuánto aplica. Son más caros porque tratamos de cubrir costos y no más. Son más caros porque el producto en sí es más caro. El productor vive de su trabajo.
– ¿Es más caro porque no hay escala de mercado?
– Los productos son distintos. No es lo mismo quien produce café en masa, con tecnología moderna y con pesticidas a quien lo hace artesanalmente y cuidando el medio ambiente. Sí, es como usted dice y hay una cuestión de escala, pero también hay una dedicación y un cuidado por los recursos que no tienen los otros productos industriales. Además la persona vive de su trabajo, y paga a sus proveedores con precio justo, es decir que debe aplicar el mismo criterio que nosotros aplicamos con él en cuanto a respetar el trabajo de quienes lo proveen a él. Tampoco se utiliza a niños en el proceso de trabajo.
– ¿En la cadena el más bajo va poniendo el precio de su trabajo y el de más arriba lo respeta?
– Sí, de alguna manera es así. Pero no sólo es una cuestión de confianza. Hay visitas periódicas, hay controles, hay reuniones al productor de parte de los importadores, pero también para ir a apoyarlos. Eso lo hace el importador. Nosotros, los que vendemos no lo hacemos. Hay mucha comunicación en el medio, no es una relación comercial vacía.
ORGANIZACIÓN. – ¿Cómo organizan el comercio?
– En las cooperativas pequeñas a los productores se los ayuda para que ellos mismos resuelvan sus problemas y puedan avanzar. En ese caso el importador se ocupa de “cuidar” y reciben el asesoramiento y la prefinanciación. Siempre se trata de que la gente sea independiente y no haya dependencias de terceros. En Alemania hay grandes importadores, y algunos productores. Se importa el cacao de Costa de Marfil, el azúcar paraguayo y la leche de los productores del lugar y se compone el chocolate. Pocas cosas se terminan de hacer en Alemania. El envasado sí, muchos productos se realizan allá con el sellado correspondiente. Muchos productos tienen sellos de Comercio Justo que es internacional.
– ¿Estos productos ingresan a los canales tradicionales?
-Sí, muchos comestibles han ingresado en los últimos años a los grandes supermercados. Pero lo colocan en góndola bajo el cartel de productos ecológicos, y no como Comercio Justo, ya que de esta manera estarían dando por sentado que todos los otros productos no tienen un precio justo, y esto afectaría su relación con las otras marcas.
– ¿Cuál es la demanda en Europa?
– En Alemania crece cada día más, en Inglaterra hay mucho, y viene creciendo en España e Italia en los últimos años. Hay muchos puntos de ventas. En Austria están muy bien organizados estos comercios. Hay en pueblos pequeños y en las grandes ciudades. La gente los identifica perfectamente.
Un movimiento de voluntarios
Marta García nació en el sur del Gran Buenos Aires y hoy trabaja en Bagna, encargada del depósito y control de comestibles. Dice que en su local debe haber unos 500 productos bajo este esquema, entre prendas de vestir, carteras y comestibles. Dice que se buscan muchos productos de otros lugares como un buen aceite de oliva de Palestina. “Cuando alguien quiere un regalo especial busca los productos del comercio justo”, dice. No gastan en publicidad y apuestan al boca en boca, confiando también en la atención personalizada de cada cliente. “Nuestros productos tienen una historia, y se la puede contar”, asegura.
Marta adelanta que el comercio justo ha crecido muchísimo. “Concretamente, el grupo que trabaja para nosotros, el grupo boliviano del que somos mayorista, son aproximadamente unas 100 personas en Bolivia. Hay unos 900 negocios de comercio justo en Alemania, con algunos empleados, otros con voluntarios. Históricamente es un movimiento que se ha movido con voluntarios. El hecho de incorporar gente como empleado lo han tenido que ir aceptando en los últimos años porque ha cambiado la realidad. Antes había más gente voluntaria joven, más amas de casa con ganas de ser voluntarias y hoy deben trabajar. Entonces escasean los voluntarios. Y la gente que comenzó con el movimiento está envejeciendo con más de 70 años, y ya no tiene las fuerzas e ideas”, confiesa.
Gustavo Sánchez Romero. El Diario